Capítulo I. De cómo llegue hasta aquí.
_______________________________________________________________________________________
Regresar a Cádiz me hace pensar en ti. Cada vez que camino por el casco antiguo me convierto en un camaleón triste. Mis ojos se vuelven más rápidos e imagino que de repente aparecerás, entre la multitud, para rescatarme con un fuerte abrazo y decirme Toma, aquí tienes tu novela.
- Espera. ¿Otra vez la novela? Ya te dije que eso nunca sucederá.
Lola es rígida, infranqueable. Desde su silla me observa, arqueando sus grandes ojos azules sobre una libreta, haciendo cosquillas sobre las hojas con la punta recién afinada del lápiz.
- Sí pero es lo único que podría ayudarme de verdad.
- ¿Quieres que Juan escriba qué sentía por ti? ... Te utilizó. En el mundo, por desgracia, te encontrarás con personas desalmadas y tuviste la mala suerte de conocer a alguien así demasiado pronto.
A veces pasan los minutos y aún seguimos en silencio. Cuando una bola toca la otra y se escucha tac, hay una tercera bola, en un extremo que repite la misma operación.
Tendemos a romper los silencios porque nos resultan incómodos y al final uno siempre termina hablando del tiempo o las noticias.
- Sé que es improbable pero es lo que necesito. A veces me siento tan impotente que me entran ganas de golpear ese cojín hasta reventar. Pero no pensando en Juan, sino en mí misma.
A veces pienso que todo lo que he vivido ha sido mentira, que sólo yo escribí un cuento en mi mente y me he aferrado tan fuerte que todos los personajes me abandonaron, dejándome sola con un puñado de letras sin sentido. Y en ese cuento sólo queda Juan, al final del pasillo, junto a la puerta del aula de literatura.
- El cuento que pides no existe, te aferras a la idea de sobrevivir de entre sus palabras, magnificar un amor imposible. No puede haber pureza en todo esto, es enfermizo.
La última vez que te vi fue hace cuatro navidades. Apareciste de pronto, de entre la gente, en plena plaza de San Francisco. Frené en seco y sonreíste asombrado. Te conté que soy fotógrafa y que vivo en Cantabria. Apretaste los labios y apuraste que debí terminar la carrera de Filología Hispánica. La fotografía está muy bien pero no es lo tuyo. Sentenciaste como si hubiera echado a perder un don especial por un simple hobbie.
Te fijaste en mis trenzas y antes de poder responderte mi madre, que había dado la vuelta, me agarró bruscamente del brazo.
Tengo que irme. Y sin mediar palabra gesticulaste a través de un suspiro entrecortado.
Y no eché en falta ese cojín. Sólo un abrazo y el cuento que nunca escribiste para mí.
José y yo nos conocimos en Madrid cuando un amigo en común nos puso en contacto. Buscaba trabajo y él necesitaba una secretaria para su escuela jurídica.
- Bien, comienzas mañana pero el único favor que te voy a pedir es que te quites el piercing de la ceja antes de entrar aquí.
A los pocos días comprobó que adorné ciertas partes del currículum y que no tenía ni idea de cómo añadir datos en una hoja Excel.
- Bueno, seguro que sabes mandar emails y preparar café.
El trabajo era agradable, entraba justo a la una del mediodía, tras terminar mis clases en la escuela de Diseño Gráfico. Poco a poco sentí que formaba parte de aquel mundo un poco más gris, si cabe, que Madrid.
Los alumnos me daban las buenas tardes y sobre mi mesa ya estaban preparadas todas las fotocopias que pacientemente había impreso a dos caras al mediodía.
A los tres meses un conocido estudio de fotografía me contactó por email para trabajar con ellos, siendo imposible compaginar mi labor de secretaria con el nuevo cargo de fotógrafa.
Di tres toques sobre su puerta y al entrar me miró con una amplia sonrisa.
- Tengo algo que decirte ...
- No te preocupes, te echaremos de menos.
Comencé a trabajar en el que sería mi nuevo puesto. Estaba muy ilusionada, al fin encontré algo de lo mío y en un estudio enorme. En la primera planta, había una mesa alargada con cinco monitores donde durante toda la jornada las retocadoras estarían mejorando las fotografías que se realizaban diariamente a los recién nacidos en las clínicas privadas.
Tras descender por unas finas escaleras de caracol, en la planta baja, había cuatro mesas en cruz para las fotógrafas del estudio. La ausencia de la anterior, fue motivo más que justificado por sus compañeras. Me habían dejado la silla que cojeaba y un teclado mellado sobre la mesa. A continuación, una enorme sala con tres fondos, equipos de iluminación y una estantería metalizada donde se encontraba el atrezzo.
La puerta de dirección siempre estaba cerrada.
El trabajo era más duro, a cada hora venía un cliente y mis tardes transcurrían de niño en niño haciéndoles reír a cada destello. Aún así y pese a que no había tiempo para hablar con nadie, mi vida se volvió un poco más cálida.
Las preguntas no solían ser bien recibidas, la carga de trabajo estaba sobre mi mesa y el horario con las sesiones que debía realizar. Si no me daba tiempo de hacer las copias de seguridad, responder los emails y retocar las fotos pendientes, debía hacerlo de igual modo hasta que todo estuviera en orden.
La hora de salida era a las ocho de la tarde pero siempre me despedía de las limpiadoras a las diez de la noche.
A las semanas recibí un mensaje de José, era escueto y me decía que iban a organizar la cena de Navidad de la escuela y que estaba invitada.
Acepté y quedamos en un bar de Lavapiés ese mismo fin de semana. Al llegar, José estaba al fondo, en la mesa de la esquina, junto a la ventana. Le sonreí y me senté mirando discretamente a mi alrededor.
- No busques, al final se suspendió pero me pareció buena idea cenar contigo.
¡Me encanta como empieza! A favoritos ya mismo, quiero estar pendiente de esta historia :)
Muchas gracias, qué ilusión. Es la primera vez que me atrevo con la narrativa, espero que el resto te guste. Un saludo! ;-)