
Un hombre sentado en una silla, iluminado por dos pantallas brillantes. El sonido de las teclas, desesperado, repetitivo, sin sinfonía. Entre dos pantallas, el hombre escribe sobre una torre, sobre una estrella, sobre operaciones matemáticas grabadas en las paredes. A sus espaldas, una gata duerme sobre la cama, la oscuridad de la pieza abrigando su respiro. En el cuento, el investigador describe una profecía, un relámpago en el cielo que indica el principio del fin. Las teclas ahora suenan más fuerte, más rápido, el investigador está a punto de descubrir la causa, el escritor apura el paso, sin darse cuenta que olvidó cerrar sus cortinas, que la estrella que describe en su cuento ahora pasa por su ventana. Las pantallas se apagan. El mundo se apaga. Ninguno de los dos alcanzó a descifrar la profecía.
Genial. Pareciera que estuvieses describiendo a un compositor que, ante el piano, escribiera la gran sinfonía de su vida.